HISTORIAS DE SU INFANCIA
Aritz Aduriz (San Sebastián, 1981) tiene una historia curiosa en sus inicios como deportista. De niño, cuando sus amigos de colegio lucían orgullosos la camiseta de una Real Sociedad que por aquellos años recién había ganado dos ligas y emulaban a los entonces ídolos donostiarras como Bakero, Begiristáin o Lope Rekarte, el hoy delantero del Valencia hacía las delicias de sus padres practicando el deporte que ellos amaban, el esquí de fondo. Los progenitores de Aduriz eran dos enamorados de la alta montaña y llegaron a inculcarle su pasión, hasta el punto que el vasco llegó incluso a proclamarse subcampeón de España de esquí de fondo siendo un niño. Pero llegó el día que Aduriz sintió que tenía su propia pasión y también maneras para llegar lejos en otro deporte, el fútbol.
Aritz, nombre vasco cuya traducción al castellano significa «árbol» o «roble», tiene a sus 29 años la oportunidad que siempre soñó tener algún día, la de fichar por uno de los grandes de la liga española con el que disputar la Liga de Campeones. Aduriz ha ido quemando etapas y superando escollos con solvencia, el último, ocupar en Mallorca la vacante dejada por uno de los ídolos de la afición bermellona, el campeón de Europa Dani Güiza. Y por como ha peleado Serra Ferrer su traspaso ha cumplido con nota. 23 goles en dos temporadas lo verifican.
El Valencia ha fichado, según cuentan los que le conocen en Palma de Mallorca, a un tipo de los que hace vestuario. Un jugador de los que se hacen respetar por sus compañeros. Una persona que cuando hablaba en el vestuario del Mallorca, y pese a ser uno de los últimos en llegar, el resto de compañeros callaban y escuchaban. Un ´veterano´ que no para de dar consejos a los canteranos que suben a entrenar con el primer equipo. Un profesional que no le va la noche ni tampoco suele darse muchos caprichos de futbolistas. Tiene un Mini y no hay más coches en su garaje de Palma.
Aduriz ha dejado huella por donde ha pasado. Admirador de Ismael Urzaiz, con el que coincidió en el Athletic de Bilbao, su salida de San Mamés camino de Son Moix no estuvo exenta de polémica y crispación. La mañana después de hacerse oficial el traspaso por 6 millones de euros, La Catedral amaneció con pintadas que decían: «Aduriz ez dago salgai» —Aduriz no se vende— y al presidente del Athletic García Macua le costó algún que otro insulto.
Los niños de La Concha
Alonso y Aduriz, hoy compañeros en la selección española, fueron rivales en la playa de San Sebastián
Los montes Igueldo y Urgull delimitan la bahía de La Concha, sobre la que se asoma, como a un balcón, la incomparable San Sebastián. Los sábados por la mañana, desde hace 69 años, cada 15 días, cuando la marea del Cantábrico baja, la arena de La Concha, luzca el sol o llueva, haga frío o no, se convierte en un enorme campo de fútbol -en realidad, en 15- por el que corretean en partidos interminables cientos de chavales salpicando la playa de manchas de colores. Un espacio natural que arropa una escuela de fútbol singular por la que han pasado muchísimos de los futbolistas vascos que han defendido la camiseta de la selección española.
La figura de Xabi Alonso (Tolosa, 1981), campeón del mundo en Sudáfrica, le convirtió en representante involuntario de una escuela prolífica como muy pocas y genuina como ninguna, imprescindible para entender la historia el fútbol español. Alonso, el mediocentro del Madrid, defendió de niño la camiseta azul y blanca del equipo de su ikastola, Ekintza, en inolvidables mañanas de sábados en esa playa de San Sebastián donde se crió. A Xabi le resulta imposible señalar el día, pero está seguro de que más de una vez le tocó enfrentarse a Herri Ametsa, una ikastola del barrio de Ategorrieta. Allí, de verde, jugaba Aritz Aduriz (San Sebastián, 1981). De La Concha a Las Rozas, el delantero del Valencia se reunió el martes con Xabi, cerrando un círculo perfecto a la espera de su debut con La Roja.
"Era fútbol puro, de madrugones entre la lluvia y el frío", recuerda el madridista
"Según el turno, montabas o recogías las porterías", dice el valencianista
"Es un recuerdo del fútbol en estado puro, de madrugones, de lluvia y frío, pero un recuerdo maravilloso...", dice Alonso, que explica: "Las porterías se guardaban desmontadas en unas casetas y las teníamos que montar: los postes, los largueros, las redes...". "Eso es una escuela de fútbol muy curiosa y bonita", añade convencido de que allí se adquieren valores que van más allá del fútbol: "Aprendes a sacrificarte, a compartir, a currarte el partido, a saber que sin rival no hay juego porque falta una portería...".
"Si te tocaba a las 8,30, montabas el campo; si jugabas en el último turno, el tercer partido, lo desmontabas", añade Aduriz, que recuerda que, como todos los que han jugado allí, cargó muchas veces aquellas pesadas porterías o se colgó de los brazos de dos compañeros para dejarse arrastrar y, con los talones, marcar las rayas del campo. "Es un fútbol superbonito, muy auténtico", resalta. "Mi ikastola llegó a ganar algo", recuerda vagamente Xabi de su equipo de Ekintza. Aritz lo tiene claro: "Los de Santo Tomás eran muy buenos. Iban de naranja, creo, y, como era un cole grande, tenían mucho donde escoger", admite el recién llegado a la selección.
Xabi y Aritz jugaron después en el Antiguoko, juntos desde los 14 hasta los 17 años. Era aquel un equipo casi irrepetible porque además estaban Iraola, Llorente, Arteta y, entre otros, Mikel Alonso, el hermano de Xabi, que marca en un viaje a Ámsterdam, con 14 años, el momento en que Aritz entró a formar parte de aquel grupo y conoció a Xabi. Juntos fueron subcampeones de la Liga nacional y jugaron las semifinales de la Copa, siendo eliminados por el Madrid de Aganzo, Pavón, Corona...
A diferencia de los hermanos Alonso, que cada día de partido ocupaban asientos en la parte alta de la tribuna del viejo estadio de Atotxa, -"al lado teníamos a Arguiñano, el cocinero", recuerda Xabi- Aduriz solo tiene constancia de haber ido una vez al mítico campo donostiarra. "Mis padres eran más de ir a la montaña", matiza. Eran los años de Toshack, de la Copa en Zaragoza, de Arkonada, Larrañaga, López Rekarte, Txiki, Bakero, Aldridge, ese al que llamaban El Chipirón; Uría, Loinaz... "A mí me gustaba Carlos Xabier, el portugués", sostiene Alonso. "Yo nunca tuve un ídolo", discrepa Aduriz. Los dos coinciden al señalar Atotxa como "un lugar maravilloso, un campo fantástico".
Ni por asomo Aduriz y Alonso se imaginaban que un día de octubre en Las Rozas, vestidos con el uniforme de la selección española, recordarían emocionados aquellas mañanas de fútbol en la entrañable playa de La Concha.
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